Monteagudo: La pasión revolucionaria
Por Pacho O´Donnell
Bernardo Monteagudo
CACERES nació en Tucumán en 1789: Su padre fue el capitán de milicias Miguel
Monteagudo, y su madre, Catalina Cáceres. En su matrimonio tuvieron once
hijos, de los cuales Bernardo fue el único sobreviviente. |
Decidió entonces partir hacia Chuquisaca, a ponerse bajo la tutela de un pariente lejano, el cura Troncoso, alentado por un padre convencido de los talentos de ese hijo que se mostraba más sagaz y más letrado que los demás niños, aun de aquellos cuya posición económica les hacía correr con ventaja
Con los años se convierte en un
hombre esbelto, de porte atlético, casi alto, de perfil clásico, tez algo oscura
y mirada incendiada. Su fama de político y escritor se extiende por toda
América.
La prisión del Rey Fernando VII de España había provocado graves convulsiones en
las colonias hispánicas, que buscaron formas de resolver la acefalia producida
por el avance napoleónico.
Entre ellas, la de coronar en el Virreinato del Río de La Plata a la regenta de
Portugal, exiliada con toda su corte en el Brasil, la princesa Carlota, hermana
del rey de España.
Bernardo Monteagudo, había recibido sus grados el año anterior a la sublevación
y su padrino de tesis había sido el influyente oidor Ussoz y Mosi, quien
también fue su protector y apañador. A instancias suyas, la Audiencia designa a
su protegido, una vez graduado, Defensor de Pobres en lo Civil.
Rápidamente se comprendió con el movimiento libertario, que era la tendencia
predominante entre los estudiantes y jóvenes doctores de Chuquisaca, y no le
costó sobresalir nítidamente como uno de sus líderes, como antes lo habían sido
otros "abajeños"; que así se llamaba a quienes subían desde Buenos Aires:
Moreno, Castelli, Paso, Serrano, Oliden, Anchorena.
Otra de las motivaciones habrá sido, sin duda alguna, su humilde origen y el
resentimiento en él despertado por sentirse en inferioridad de condiciones ante
sus compañeros de más holgada posición económica. También es fácil adivinar que
el haber tenido que soportar desde niño el apodo de "mulato" por parte de
quienes se permitían desmerecerlo haya ido caldeando en su alma un fuerte deseo
de venganza hacia quienes importaron a las Américas un color de piel
desconocido.
Tampoco es de despreciar la influencia ideológica que sobre el pudiesen haber
ejercido el presbítero Troncoso y el Oidor Ussoz y Mosi, ambos comprometidos
con el movimiento revolucionario.
A Monteagudo lo distinguía también una indomable obsesión por la lectura.
Cuentan sus condiscípulos que era incansable en su afán de hacerse de libros
que eran difíciles de obtener por entonces, y que para ello se ganaba los
favores de quienes poseían bibliotecas bien surtidas de los textos más avanzados
de la época y censurados en las aulas, como la de Ussoz y Mosi, su padrino.
Su pasión por leer desembocó, inevitablemente, en otra pasión: la escritura.
Nadie puede robarle a Monteagudo el reconocimiento como la mejor pluma de los
primeros años de nuestra independencia, talento que lo hizo insustituible para
algunas de las figuras más importantes de la historia americana de entonces: San
Martín, O'Higgins y Bolívar. Su estilo literario, brillante para la época, que
puede ser todavía leído con placer, despojado en gran medida del amaneramiento y
la artificiosidad inevitables por entonces, reconoce la influencia de algunos
de los autores más preponderantes de aquellos años, siendo frecuentes las citas
de clásicos europeos y filósofos de la antigüedad.
No sorprende entonces que muy precozmente, a los diecinueve años, produjera un
manifiesto que circuló profusamente entre los estudiantes y profesores de la
Universidad y que sirvió para que el autor del "Diálogo de Atahualpa y Fernando
VII" se granjeara una gran popularidad. Según todo parece indicar; el Manifiesto
influyó fuertemente en las vocaciones libertarias que más tarde se
desencadenaron. Despertaba entonces quien luego sería un gran propagandista
revolucionario y uno de los intelectuales de mayor fuste de toda nuestra
historia política.
EL HISTORIADOR BOLIVIANO GUILLERMO FRANCOVICH,(*) quien fuera rector de
la Universidad de San Francisco Xavier, "El diálogo del Monteagudo circuló en
forma anónima convirtiéndose en un poderoso elemento de subversión, ya que
interpretaba con admirable acuidad, gran acopio de doctrina y con una ardiente
elocuencia la emoción política de esos momentos. El diálogo era de una audacia
excepcional. Sólo una personalidad con una ideología perfectamente definida y
con una temeridad juvenil podía haberse atrevido a escribirlo. Y esa
personalidad no podía ser otra que la de Bernardo Monteagudo. A pesar de no
tener sino diecinueve años. Monteagudo, que se había dedicado en la Universidad
al estudio del derecho y de la filosofía, era un vigoroso escritor y un
ferviente revolucionario. Fue sin duda una de las personalidades más brillantes
y más potentes que la Universidad de Chuquisaca daría a la gesta de la
Independencia Americana. Dotado de un genio ardiente y apasionado, sediento de
vida y de acción, era al mismo tiempo un intelectual y un político".
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El diálogo entre Atahualpa y Fernando VII se sitúa en los Campos Elíseos.
Hacía ya trescientos años que el Inca había muerto y se encuentra en la
eternidad con el Rey hispánico, de quien entonces, preso, pocas noticias se
tenían, y a quien, no ingenuamente, Monteagudo hace aparecer muerto. El monarca español confiesa, entristecido, su dolor y pena ante la convicción de que España estaba por rendirse a Francia. En cuanto Atahualpa lo interroga, recibe por respuesta: "Fernando soy de Borbón, séptimo de aquél nombre, de todos los soberanos el más triste y desgraciado". El tema del diálogo es definido entonces por el Inca: "Tus desdichas, tierno joven, me lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia sé que es inmenso el dolor que padeces ya que yo también fui injustamente privado de un cetro y una corona". |
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Aquí se demuestra la sagacidad del autor al identificar a Fernando VII con
Atahualpa, ambos monarcas destituidos y muertos por la arbitraria decisión de un
invasor. En el segundo caso el villano era Napoleón y sus huestes, pero en el
primero era la mismísima España, patria de uno de los interlocutores, el Rey
Fernando
Es evidente que Monteagudo se identifica con el Inca y éste expresa los ideales
revolucionarios del autor, quien no encubría su intencionalidad propagandística.
Fundamenta así el derecho legítimo de los americanos a obtener su independencia
con argumentos que por entonces eran sumamente originales, atrevidos e
inspirados: "¿No es cierto, Fernando, que siendo la base y único firme sus
tentáculos de una bien fundada soberanía la libre, espontánea y deliberada
voluntad de los pueblos en la cesión de sus derechos, él que atropellando este
sagrado principio consiguiese subyugar una Nación y ascender al trono sin haber
subido por este sagrado escalón, sería antes que rey un tirano a quien las
naciones darán siempre el epíteto y renombre de usurpador? Sin duda que
confesarlo debes; porque es el poderoso comprobante de la notoria injusticia del
Emperador de los franceses".
Continúa: "Los más de los americanos viven reunidos en sociedad, tienen sus
soberanos a quienes obedecen con amor y cumplen con puntualidad sus órdenes y
decretos. Saben en fin que estos monarcas descienden igualmente que tú, de
infinitos reyes y que bajo de sus dominios disfrutan perfectamente sus vasallos
de una paz inalterable. Pero los estúpidos españoles, con sus ojos empañados por
el ponzoñoso licor de la ambición, creen coronados de oro y plata o al menos
depositados en el interior de aquellas sierras interminables tesoros, como las
mismas cabañas de los rústicos e inocentes indianos les parecen repletas de
preciosos metales; quieren apoderarse de todo y conseguirlo todo: protestan
arruinar aquella desdichada gente y destruir a sus monarcas. Al momento,
empiezan a llover por todas partes la desolación, el terror y la muerte".
Acorralado, el Rey argumenta sus derechos sobre las tierras, americanas porque
el Papa Alejandro VI las había cedido a sus progenitores, y de ellos las había
heredado. Es esta la oportunidad de Monteagudo para desarrollar una
jurisprudencia al servicio de la revolución: "Venero al Papa como cabeza
universal de la Iglesia , pero no puedo menos que decir que debió ser de una
extravagancia muy consumada, cuando cedió y donó tan francamente lo que teniendo
propio dueño en ningún caso pudo ser suyo, especialmente cuando Jesucristo, de
quien han recibido los Pontífices toda su autoridad, y a quien deben tener por
modelo en todas sus operaciones, les dicta qué no tienen potestad alguna sobre
los monarcas de la tierra o cuando menos no conviene extraerle cuando dice `mi
reino no es di este mundo', cuando a sus apóstoles les enseña y les encarga que
veneren a los reyes y paguen su tributo al César".
Para reforzar sus argumentos Atahualpa demuestra una inverosímil pero eficaz
sapiencia del latín: "Me admira que Alejandro VI hubiese cometido semejante
atentado cuando San Bernardo le dice: 'Quid falcem vestram in alienam extendis?
Si apostolis interdicitur dominatus quomodo tu tibi audés usurpare?” y
continúa la larga cita...
Monteagudo embarca también a Atahualpa en una disertación sobre los derechos
naturales del hombre, reflejando la in fluencia de Rousseau en la profundidad de
su pensamiento político:
"El espíritu de la libertad, nacido con el hombre, libre por naturaleza, ha
sido señor de sí mismo desde que vio la luz del mundo. Sus fuerzas y derechos en
cuanto a ella han sido siempre imprescriptibles; nunca terminables o
perecederos. Si obligado siempre a vivir inmerso en sociedad ha hecho el
terrible sacrificio de renunciar al derecho de disponer de sus acciones y
sujetarse a los preceptos y estatutos de un monarca no ha perdido el derecho de
reclamar su primitivo estado; y mucho menos cuando el despotismo lo violente a
la coaxión u obligado a obedecer a una autoridad que detesta y a un Señor a
quien fundadamente aborrece, porque nunca se le oculta que si le dio
jurisdicción sobré sí, y se avino a cumplir sus leyes y a obedecer sus preceptos
ha sido precisamente bajo de la tácita y justa condición de que aquel mirara por
su felicidad. Por lo consiguiente, en el mismo instante en que un monarca,
piloto adormecido en el regazo del ocio, nada mira por el bien de sus vasallos,
faltando él a sus deberes, ha roto también los vínculos de sujeción, y
dependencia de sus pueblos. Este es el sentir de todo hombre justo y la opinión
de los verdaderos sabios".
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Estas ideas, que mantendría Monteagudo a lo largo de su vida, fueron las que
dieron consistencia, meses más tarde, a la proclama revolucionaria de mayo en el
Río de la Plata. No fue casual que otro discípulo de Chuquisaca, Juan José
Castelli, Pera el gran orador del 24 de mayo y que sus argumentaciones
estuvieran teñidas de la misma orientación que en el "Diálogo" expresaba
Monteagudo tiempo antes.
El desenlace del "Diálogo" es cuando el rey de España, convencido por los
argumentos del Inca Atahualpa, reconoce: "Si aún viviera, yo mismo lo moviera
a la libertad e independencia, más bien que a vivir sujetos a una nación
extranjera".
Luego, el final a toda orquesta, en un conmovedor alegato del indígena:
"Habitantes del Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el
día con semblante tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra
desgraciada patria, despertad ya del penoso letargo en que habéis estado
sumergidos. Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca
luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la
esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia.
Vuestra causa es justa, equitativos vuestros designios. Reuníos, pues, corred a
dar ripio a la grande obra de vivir independientes".
Un magnífico texto, literariamente valioso y políticamente No es de extrañar que
el joven Monteagudo conociera prontamente la prisión, identificado ya por los
poderosos como un elemento de peligro.
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Proclama de la
Ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de la Ciudad de La Paz:
Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de
nuestra Patria: hemos visto con indiferencia, por más de tres siglos, inmolada a
nuestra primitiva libertad al despotismo, y tiranía de un usurpador injusto, que
degradándonos a la especie humana, nos ha reputado por salvajes, y mirado como
esclavos, hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos
atribuía por el inculto Español, sufriendo con tranquilidad, que el mérito a los
americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina: Ya es
tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable el
orgullo Nacional del Español: ya es tiempo de organizar un nuevo sistema de
gobierno fundado en los intereses de nuestra Patria, altamente deprimida por la
bastarda política de Madrid: ya es tiempo en fin, de levantar el Estandarte de
la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin en el menor título y
conservadas con la mayor injusticia y tiranía. Valerosos habitantes de la Paz, y
de todo el imperio del Perú, revelad nuestros proyectos para la ejecución:
aprovechaos de las circunstancias en que estamos: no miréis con desdén la
felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar
en todos para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente.
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La independencia de ideas de Monteagudo termina por colmar la paciencia del
Triunvirato, que se siente minado en su poder por el arraigo que tienen en la
opinión pública y decide clausurar la Gaceta de Buenos Aires el 13 de diciembre
de 1811. No pasa mucho tiempo antes de que Monteagudo funde su propio periódico,
financiado con los escasos recursos de que disponía, cuyo nombre es Mártir o
libre, en el que escribirá algunas de sus más recordables y conmovedoras
páginas.
Eso sucedía en marzo de 1812, mes de importancia en su vida y en la de toda
América pues en. esos mismos días atracaba en Buenos Aires la goleta George
Canning, trayendo a bordo algunos militares argentinos. que habían recibido
formación en Europa y que venían a sustituir a aquellos tribunos que se habían
visto obligados a conducir tropas sin experiencia y sin vocación, como había
sido el caso de Castelli y Belgrano. Entre los pasajeros se encontraban San
Martín, Alvear, Zapiola, Chilavert y otros.
Fue Monteagudo uno de los principales impulsores de la histórica Asamblea del
año XIII, dominada por la Logia , en la que cumplió una tarea destacada, como
era de esperar, siendo uno de los redactores, sino el principal, del documento
firmado por todos los constituyentes.
La labor de Monteagudo como propagandista continúa siendo obcecadamente intensa:
no sólo escribe prácticamente todo el Mártir o Libre sino que también es el
nervio del órgano de la "Sociedad Patriótica".
Muere asesinado en Lima el 28 de enero de 1825, donde se encontraba
desarrollando una febril actividad cumpliendo con las tareas que se le han
encomendado, este hombre del que nadie pudo negar su admirable pasión
revolucionaria.
De él, uno de sus biógrafos De Vedia y Mitre dijo: "Cualquiera que analice su
personalidad hallará que está fuera de cuestión, aun para sus detractores: su
inteligencia superior; su capacidad intelectual; su excepcional cultura para el
medio y para la época; su lealtad a la causa revolucionaria; que habiendo sido
puesto en prisión innumerables veces desde la iniciación revolucionaria, jamás
lo fue por causas delictivas".
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(*) GUILLERMO FRANCOVICH
SALAZAR
Nacido en Sucre el 25 de enero de 1901. Hijo de padre europeo, Antonio
Francovich de Trieste, y madre boliviana, Carmen Salazar, natural del mismo
Departamento de Chuquisaca, tuvo desde niño una educación muy esmerada. Estudió
en el Colegio Sagrado Corazón. La formación religiosa que recibió por parte de
los sacerdotes jesuitas contribuyó a la formación trascendentalista de su
pensamiento.
Estudió derecho en la Universidad de San Francisco Xavier. Probablemente bajo la
influencia de Ignacio Prudencio Bustillos se adhirió a los postulados del
positivista Augusto Comte. Sin embargo, luego, recurriendo a Pascal y Eucken,
transitó por los caminos de "una filosofía de la vida".
Filósofo y dramaturgo boliviano, que desarrolló una amplia actividad política y
académica. Fue rector de la Universidad de San Francisco Xavier de su ciudad
natal, director del Centro Regional de la UNESCO (La Habana) y miembro de la
Academia Boliviana de la Lengua.
En su labor ensayística destaca el intento por sistematizar y divulgar las
corrientes de pensamiento boliviano contemporáneo, junto con trabajos dedicados
a grandes pensadores y filósofos, como Francis Bacon, Martin Heidegger, Alfred
North Whitehead, Blaise Pascal, Claude Lévi-Strauss, entre otros. En su obra
filosófica late un espíritu vitalista y existencialista. Analiza las pasiones
humanas y ve éstas como la fuerza transformadora de la existencia, aunque
pervive en el fondo un sentimiento de desesperanza. Sus obras más
representativas son: La filosofía en Bolivia (1945), La filosofía
existencialista de Martin Heidegger (1946), El pensamiento boliviano en el siglo
XX (1956) y Los mitos profundos de Bolivia (1980).
Alberto Zelada, en su obra sobre la vida de Francovich, dice: "De las ideas
expuestas por Francovich una de las que más ha llamado la atención es la
denominada por él mismo mística de la tierra, cuyos principales representantes
son Franz Tamayo, Jaime Mendoza, Federico Ávila, Fernando Diez de Medina,
Humberto Palza y Roberto Prudencio".
Falleció en Rio de Janeiro - Brasil - el año 1990