5.- La marcha por el azaroso camino de la emancipación
 
 
 “Después del fatal contraste en que perdí mi marido,
 y quedé sin los elementos precisos, para continuar la
 guerra, renuncié los indultos y las generosas
 invitaciones con que se empeñó con atraerme el
 enemigo. Abandoné mi domicilio y me expuse a
 buscar mi sepulcro en un país desconocido para no
 ser testigo de la humillación de mi Patria, ya que mis
 esfuerzos no podían concurrir a salvarla. En este
 estado he pasado como ocho años, y los más de los
 días, quizá sin otro alimento, que la esperanza de
 restituirme a mi País.”
 
 Juana Azurduy

Tras el fallecimiento de Padilla, la causa rebelde enfrentó grandes dificultades. Por un lado, este hecho fue determinante para el avance militar de los realistas en el territorio altoperuano. Con su muerte se desvanecía uno de los focos más importantes de la resistencia patriota. Por el otro, al desaparecer el jefe, sobrevinieron conflictos internos dentro de la tropa. La misma se dividió en dos fracciones lideradas por distintos caudillos, quienes de ninguna manera gozaban del mismo grado de autoridad de la que habían estado investidos, hasta no hacía mucho tiempo, Juana y Manuel. A las divisiones y al faccionalismo interno, le sucedió la desorganización de la guerrilla. Ante esta situación, Juana contactó al general Martín Miguel de Güemes y le solicitó que enviase “…en lugar del finado un Jefe de integridad, amor, celo y honradez…”, con el objeto de restablecer, a partir de un nuevo mando, la Republiqueta de la Laguna. No se sabe con exactitud si Güemes y los esposos Padilla habían tenido la chance de conocerse en persona previamente. Sin embargo, la fama del primero se encontraba bastante extendida en el Alto Perú y, efectivamente, Manuel lo tenía en muy alta estima. Desde 1814, este general y gobernador salteño, había estado al frente de un conjunto de milicias irregulares compuestas por gauchos pobres e indios, utilizando tácticas muy similares a las empleadas por las guerrillas altoperuanas.

La guerra “gaucha o de recursos” tuvo un rol estratégico fundamental en las luchas por la independencia, ya que la heroica resistencia llevada adelante en la frontera entre Salta y Jujuy, logró desgastar y contener el avance de los ejércitos españoles desde Lima y el Alto Perú hacia el Río de la Plata.El caudillo salteño envió el auxilio solicitado por Juana, formado por un grupo de hombres de su confianza, entre los que se encontraba el teniente Melchor Daza. Imposibilitada de resolver los problemas que atravesaba la guerrilla de La Laguna, probablemente todavía abatida por la reciente muerte de Manuel, Juana decidió continuar con su lucha en otras latitudes. Asimismo, el contexto no era para nada auspicioso: hacia 1817 las fuerzas rebeldes del norte y del oeste habían sido literalmente diezmadas y sus caudillos víctimas de la represión realista. De esa forma, la reacción monárquica quedó casi dueña del Alto Perú.

Melchor Daza, acompañó a Juana hacia la villa de Tarija, dominio del caudillo Francisco de Uriondo, cuyas tropas actuaban en estrecha colaboración con las de Güemes. Allí, permaneció temporalmente bajo su protección y comando militar. A principios de 1818 fue escoltada nuevamente por Melchor Daza, esta vez, a la provincia de Salta. Los destinos de Martín Miguel de Güemes y de Juana Azurduy de Padilla estaban unidos por todo aquello que poseían en común… Su origen social distinguido, del que abjuraron por la lucha emprendida. Su ferviente convicción patriota y sus ansias de libertad. Su espíritu aguerrido. Su trayectoria y su forma particular de lucha contra los realistas.

Su oposición al centralismo porteño (representado por la figura un enemigo compartido, el general Rondeau). Sus preocupaciones sociales y su vinculación estrecha con los grupos más vulnerados de los territorios en donde actuaron: los mestizos, los indios, los gauchos, en fin, la plebe.  Por tal motivo, Güemes le dio refugio a Juana en su propia casa junto a su familia y la incorporó a su ejército de gauchos de línea, “Los Infernales”, signándole en él tareas de responsabilidad y de ando en el campo de batalla.

“En el ejército salteño permaneció mucho tiempo
muy estimada y respetada por los gauchos, que

asombrados la veían manejar un caballo
con el
mismo aplomo y destreza que ellos.”

 Juana acompañó la lucha del caudillo salteño hasta 1821. Durante ese año, Salta fue invadida y ocupada por un poderoso ejército realista, al mando del general Juan Ramírez Orozco. Güemes, asediado en u propia casa al salir en la oscuridad de la noche, que sorprendido y herido por un disparo enemigo.

Murió desangrado, varios días después, el 17 de junio e 1821. Toda Salta lloró al “Tatita de los Gauchos”.  raíz de lo anterior, Juana abandonó la actividad militar. Se tienen noticias de ella recién en abril de 825, cuando se dirigió a la Junta Provincial de Salta …para concitar la compasión de Vuestra honorabilidad y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte…”

 En la carta, recorría su participación en la revolución y describía su situación presente: “desnuda de todo arbitrio, sin relaciones ni influjo, en esta ciudad, no hallo medio alguno de proporcionarme los útiles y viáticos precisos para restituirme a mi casa.”  Juana quería volver a su tierra natal, sólo que, habiendo sido confiscadas sus propiedades y hallándose en la extrema pobreza, no podía hacerlo sin la ayuda económica del gobierno de Salta. Este, reconociendo la trayectoria de la pareja guerrillera resolvió entregarle a tal fin “…cuatro mulas de las mejores que hayan pertenecientes al Estado (…) [y] la cantidad de cincuenta pesos para ayuda de los gastos de su marcha.”