Antonio Dubravcic Luksic
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Sucre es una de las ciudades
de arquitectura hispánica mejor conservada en América Latina. Se aprecian
fuentes labradas en granito, iglesias antiguas y casas techadas con tejas de
barro cocido, de paredes blancas espolvoreadas con cal, le dan un toque de
distinción a la capital, junto a los artísticos balcones que destacan en las
alturas entre todo el conjunto colonial.
Érase una vez, Chuquisaca la colonial. "Y, abriéronse sus boulevares
afrancesados en lluvia de amapolas, rosas, claveles, crisantemos, camelias,
ulalas, kantutas y la flor del airampu...”, así dice el poema
Alegoría
Republicana de
Ricardo Cahutín, haciendo referencia a algunas de las
características de la capital boliviana,
Los balcones de Sucre son
únicos, a pesar del paso del tiempo aún nos asombran con su belleza y son
elementos característicos de la arquitectura colonial. Presentes en todo tipo de
vivienda, son motivo de admiración y vanidad.
“Los balcones datan de la época colonial y renacentista. En la conformación
del casco histórico se comenzaron a construir casas de dos plantas y ahí es
donde aparece este tipo de tipología. Muchos fueron forjados en hierro y en
madera”
Los balcones servían
principalmente para disfrutar de los acontecimientos cotidianos de la ciudad.
Cabe señalar que en todos los modelos había dentro de ellos bancos confortables
para disfrutar de la estancia, tanto para pasar noches refrescantes de verano
como noches de luna y largas esperas del ser amado.
Entre sus funciones, estos miradores servían para ver pasar las procesiones
religiosas, también para que las jóvenes de familia acomodada salgan a escuchar
las serenatas que los pretendientes les llevaban y también durante el Carnaval.
“Era una costumbre muy tradicional cuando bajaban las comparsas llevando sus
cascarones llenos de perfumes, las jóvenes salían a los balcones para
recibirlos, como una forma de galanteo”
Lo más importante es saber que aquellas obras de arte son los mudos testigos de una larga historia y que podrían contarnos con lujo de detalles cada paso del acontecer histórico y cotidiano de la bella ciudad de Sucre. Ojos y oídos de la ciudad, cómplices y testigos de amor, arte y belleza, pendientes del cielo. Vigilantes centinelas, guardianes perpetuos del diario vivir de una Sucre de eterno encanto y seducción.
LOS ALDABONES O TOCADORES
Los artesanos fraguaron el bronce y el hierro de los tocadores, mudos testigos de romances, matizados por el sentimentalismo sucrense de las casas de evocación española. El son mágico del tocador enamorado y bohemio, que con estribillos breves en su hablar en Morse llama al amor, al encanto y al recuerdo.
Estos tocadores sucrenses se componen de dos partes, el llamador
propiamente tal que cuelga de la puerta de calle y el botón de hierro incrustado
en aquélla, donde se da el golpe.
La artesanía decorativa ha delineado con
perfección la figura humana, rostros y manos. Los animales también son
parte de esta decoración, animales mitológicos como dragones, leones o cisnes,
otros semejan coronas, argollas o bien diseñadas llaves.
Los habilosos herreros fraguaron el hierro en fogones y con fuelles avivaron la llama, el bronce fue sometido a un crisol para luego verterlo en moldes de variadas figuras.
Los aldabones, o llamadores en
las puertas, son obras de arte en sí mismos y no sólo se utilizaban -masivamente
hasta inicios del siglo XX- por su uso práctico, sino también con fines
decorativos.
No obstante, aún hoy se puede encontrar en la ciudad de Sucre una gran variedad
de aldabones muchos de los cuales datan de la época colonial, como mudos
testigos del paso del tiempo y un extraordinario ejemplo de la maestría y
destreza para los detalles, de los cerrajeros de aquella época.
Según algunos historiadores, los primeros tocadores fueron utilizados por los
caballeros que ingresaban a las casas señoriales a caballo y, sin desmontar,
tocaban o llamaban a la puerta para ser atendidos. Así, muchos tocadores se
encuentran a una altura de dos metros y presentados con diversidad de
decoraciones.
La tradición de los tocadores –
llamadores en Sucre – persiste hasta nuestros días. Muchos de ellos son piezas
artísticas de bronce o hierro en el que se esculpen caras humanas, de animales
mitológicos o formas más comunes como coronas y argollas que datan de tiempos
muy antiguos.
Las puertas de las iglesias de la capital del país cuentan con acabados
realmente admirables y son un gran ejemplo del trabajo y destreza de los
cerrajeros de la Colonia. Generalmente presentan aldabones muy elaborados y las
figuras más comunes son los querubines y leones, que denotan vigilancia y se
constituyen en los guardianes por excelencia.
Un ejemplo de ello son los aldabones de la Catedral Metropolitana de la plaza 25
de Mayo, que cuenta con las figuras del águila bicéfala, que representaba el
poder de España, la cuadrifolia, el querubín y la mitra.
En las casas particulares también se puede hallar aldabones que datan de la
época de la Colonia o versiones más modernas y que se han ido adaptando al paso
del tiempo.
Un aldabón común es aquél en forma de una mano femenina, pero existen aquellos
que tienen formas más originales, como la de un mono, o la de un rostro humano
que burlonamente saca la lengua a todos los transeúntes que le dediquen una
mirada atenta.
En el ambiente de esta ciudad histórica los tocadores tienen un tinte romántico,
pues guardan en ellos las llamadas a las enamoradas. Se cuenta que algunas casas
tienen llamadores en forma de signo de interrogación que representa la
interrogante que surge al desear conocer cómo responderá la dueña de casa ante
el llamado de su Romeo.
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