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¿Vale la pena vivir sin libertad?
“…A su razón no recordaré, que desde el momento mismo en que la dulce voz de la independencia fue escuchada por mí, olvidé la debilidad de mi sexo: y a la par de un americano entusiasta por la libertad, mi finado consorte Coronel don Manuel Ascencio Padilla, sacrificando mis bienes, industria y aun mi propia existencia trabajé en sostenerla (…) Aunque animada de un noble orgullo tampoco recordaré haber empuñado el sable, en defensa de tan justa causa: haber renunciado toda especie de comodidad, y más bien connaturalizándome en una campaña de cinco años, nada interrumpidos, con la intemperie y todo género de privaciones. La satisfacción de haber triunfado de los enemigos, y más de una vez deshecho sus triunfantes y poderosas huestes, ha saciado mi ambición y compensado con usura mis fatigas…”
Juana Azurduy |
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La
vida normal y tranquila de esta encumbrada familia chuquisaqueña cambió
definitivamente en 1809 a raíz de los acontecimientos producidos en España el año anterior. La invasión de Napoleón Bonaparte, con la consecuente prisión y abdicaciones del Rey español Carlos IV y su
hijo Fernando VII en favor de Napoleón, primero, y su hermano José, posteriormente, tuvieron profundas consecuencias para el poderío
español en estas tierras.
Los vecinos de las principales ciudades de España y de América, entendieron que, arrestados el rey y su hijo, la soberanía popular que habían depositado en
ellos regresaba al pueblo, debiendo organizarse en juntas de gobierno que gobernasen en nombre de la corona depuesta. Bajo el argumento legal de que
América era una posesión personal del rey y por lo tanto, en pie de igualdad con los reinos de España, los americanos sostuvieron que debían darse juntas
de gobierno propias, independientes de la de Cádiz. Argumentación que estuvo en la base del cuestionamiento que los participantes más radicales del movimiento hicieron acerca de la propia permanencia del vínculo colonial.
Fue con ese sentido que Juana y Manuel apoyaron a la revuelta popular y a la Junta de Chuquisaca formada el 25 de mayo de 1809, el primer suceso revolucionario del Alto Perú. De esta manera, se iniciaba la participación de la pareja en las luchas por la independencia americana. Un añodespués, el 25 de mayo de 1810, se formóuna junta de gobierno en Buenos Aires. La misma recibió el apoyo de los altoperuanos con el levantamiento del 14 de septiembre de la ciudad de Cochabamba, liderado por Esteban Arce un caudillo local que nombró a Manuel “Comandante de las regiones de Poopa, Moromoro, Pitantora, Huaycana y Quilaquila”.
Una de las primeras acciones decididas por la junta de gobierno porteña fue el envío de ejércitos a distintas regiones del Virreinato del Río de la Plata, procurando extender la revolución hacia esos lugares. Asimismo, el control del Alto Perú era importante por un motivo estratégico: avanzar hasta Lima y acabar con el foco de resistencia realista. Con estos dos objetivos se constituyó la “Primera Expedición auxiliadora al Alto Perú”, liderada por un viejo conocido de Manuel, Juan José Castelli. Una vez que el ejército revolucionario consiguió llegar al altiplano, Castelli reorganizó sus fuerzas y las amplió, reclutando efectivos de toda el área. Juana y Manuel le dieron su apoyo. La primera, brindándole albergue a las tropas porteñas en las haciendas de Saphiri y Churubamba. El segundo, colaborando con un grupo numeroso de indígenas, sin instrucción militar y mal armados, que había reclutado en distintos lugares, como La Laguna, Chayanta y Porco. Sin embargo, Antonio Balcarce, mano derecha de Castelli, dudaba de la lealtad y de la capacidad de combate de los hombres de Padilla, en virtud de lo que admitió a este como un simple suboficial y a aquellos como cargadores.
Un ejército de esas características, carente de un mando único y firme en sus decisiones, compuesto por una tropa indisciplinada y mal instruida y cegado por la arrogancia porteña, no podía esperar resultados favorables en el campo de batalla.
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En junio de 1811,
la expedición auxiliadora fue derrotada por las armas de la Corona
Española en la Batalla del Huaqui. A raíz del fracaso, debió
emprender la retirada llegando hasta Salta, donde acabó por
disolverse. No fueron los porteños, sino los locales quienes
padecieron las consecuencias de la represión de los godos. Estos
confiscaron las propiedades urbanas y rurales, las cosechas y el
ganado de los Padilla y pusieron en cautiverio a Juana con sus
pequeños hijos, utilizándolos como sebo para atrapar a Manuel. |
Allí, Juana y
sus hijos permanecieron ocultos y en total soledad durante un largo tiempo,
mientras él proseguía la campaña en regiones distantes. Juana no fue ajena a
todo lo que acontecía a su alrededor; lentamente, fue creciendo en ella un
ferviente deseo por participar de forma activa en las campañas por la
independencia.
No de una manera subordinada, secundando el movimiento -brindando, por ejemplo,
albergue a los soldados-, sino tomando parte en los combates, codo a codo con su
marido. La decisión no era fácil, pues implicaba o abandonar a sus hijos o
someterlos a los avatares y las privaciones de la guerra. ¿Luchar por la
libertad de todos o comportarse como madre de sus cuatro pequeños?
El deseo
batallaba así, en su cabeza y su corazón, contra su profundo sentimiento
maternal. Sin embargo, distintos motivos fueron alimentando su
voluntad guerrera. El amor por su esposo y el hecho de no querer estar
separada de él, esperando buenas o terribles noticias que demoraban eternidades en llegar desde el frente. El amor por sus hijos y la
esperanza de un futuro mejor para ellos, libre de las arbitrariedades e
injusticias que eran moneda corriente bajo el yugo colonial. La
persecución sufrida a manos de sus enemigos y la necesidad de permanecer
oculta y aislada, vulnerable, corriendo distintas clases de peligros. Manuel, se opuso inicialmente a que Juana se involucrase junto a él
en los combates, probablemente temeroso de lo que le pudiera suceder a su
querida esposa, probablemente influenciado por lo que entonces
formaba parte del sentido común acerca de las tareas que le eran propias
a los hombres y a las mujeres. Sin embargo, con el correr del tiempo,
seguramente apremiado por las circunstancias y presionado por la
determinación de su Juana, terminó por acceder.
En mayo de 1813 llegaba al Alto Perú, después haber permanecido algún tiempo en Tucumán y Salta y de vencer en dos batallas de suma trascendencia, la “Segunda Expedición auxiliadora” al mando del general Manuel Belgrano. A partir de este momento, motivada por un naciente sentimiento de patria, Juana abrazará en primera persona la causa de la libertad. Claro que para ello fue de crucial importancia la cordial y estrecha relación establecida por el matrimonio con Belgrano.
El comandante de la expedición los convocó a reclutar voluntarios dispuestos a unirse a sus hombres y a luchar contra las fuerzas realistas. El entusiasmo con que Juana se dedicó a la tarea en las tierras altas de Tarabuco rindió sus frutos, alistando junto a su esposo un batallón compuesto por alrededor de diez mil mestizos e indígenas, puesto bajo el mando del general porteño.
Sin embargo, la nueva participación subordinada de Padilla y de los reclutados en la Batalla de Vilcapugio, en octubre de 1813, y la desastrosa derrota del ejército patriota, despertaron la molestia de la mujer guerrera. Molestia que la llevó a organizar un batallón integrado por combatientes instruidos en las tácticas y estrategias de los abajeños. Para que no quedaran dudas acerca de su disciplina y lealtad, llamó a dicho cuerpo “Los Leales”, protagonista en más de dieciséis batallas bajo su liderazgo. Su debut fue en la Batalla de Ayohúma, en noviembre de 1813. En ella, Belgrano decidió integrar a los soldados leales a sus tropas de combate y colocar a Juana en el flanco derecho. El valor que demostraron durante la pelea, luchando con hondas y macanas cuerpo a cuerpo contra los realistas armados con fuego y siendo los últimos en abandonar el campo de batalla, fue merecedor del reconocimiento de Belgrano.
Le obsequió así a Juana una espada, su espada, que empuñó con firmeza en todas y hasta la última de las luchas que libró. La admiración y el aprecio que el patriota porteño llegó a sentir por la comandanta fue mutua. Ella “yendo de campaña vestía uniforme: pantalón de corte mameluco, blanco; chaquetilla escarlata o azul dormaneada con franjas doradas; una gorrita militar con pluma azul y blanca, (colores de la bandera de los independientes del general Belgrano).”
Una muestra de solidaridad de parte de Juana hacia Belgrano en oposición al Triunvirato porteño, que lo había obligado a abjurar de la bandera celeste y blanca izada por primera vez a orillas del Río Paraná y a reemplazarla por la insignia real española. El nuevo fracaso de la expedición rioplatense en Ayohúma, determinó su retirada del Alto Perú. En enero de 1814, en Salta, Belgrano entregó el mando del ejército auxiliar al general José de San Martín. Meses más tarde, este renunció al cargo convencido de que la victoria rebelde no pasaba por el Alto Perú -pues allí los realistas tenían todo a su favor- sino por el Pacífico, donde la ofensiva patriota los tomaría por la espalda. Debido a lo anterior, la Batalla de Ayohúma tuvo una gran importancia para la lucha emprendida por los esposos Padilla-Azurduy. A partir de ese momento, la ayuda de las tropas abajeñas fue cada vez menor. Los caudillos altoperuanos quedaron librados a su suerte.