Por tal motivo, mientras aquellas se replegaban, fueron surgiendo en el Alto Perú las “republiquetas”: milicias compuestas por mestizos e indígenas, lideradas por aquellos caudillos locales, las cuales combatieron a los realistas haciendo la guerra de guerrillas. Juana y Manuel dirigieron la Republiqueta de La Laguna, cuya lucha se extendió desde el norte frío y desértico de Chuquisaca hasta las selvas tropicales de Santa Cruz. Bartolomé Mitre, en su “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”, caracterizó muy atinadamente este proceso, con sus implicancias y consecuencias:

 

Es esta una de las guerras más extraordinarias por

su genialidad, la más trágica por sus sangrientas

represalias y la más heroica por su sacrificios

oscuros y deliberados. Lo lejano y aislado de del

teatro en que tuvo lugar, la multiplicidad de

incidentes y situaciones que se suceden en ella fuera

del horizonte del círculo histórico, la humildad de sus

caudillos, de sus combatientes y de sus mártires, ha

ocultado por mucho tiempo su verdadera

grandeza, impidiendo apreciar con

perfecto conocimiento de causa su

influencia militar y su alcance político (…)

Como esfuerzo persistente (…) ella duró

quince años, sin que durante un solo día

se dejase de pelear; de morir o de matar,

en algún rincón de aquella elevada región

mediterránea (…) Sucesiva o

alternativamente, figuraron en ella ciento

dos caudillo más o menos oscuros, de los

cuales solo nueve sobrevivieron a la lucha,

pereciendo los noventa y tres restantes en

los patíbulos o en los campos de batalla,

sin que uno solo capitulase, ni diese ni

pidiese cuartel en el curso de tan

tremenda guerra.”
 

Las condiciones de precariedad de los grupos que combatían, de sus armas -fabricadas por ellos mismos o arrebatadas a los rivales- y de la manera en que se comunicaban entre sí, y la crueldad de los combates librados, fueron lo característico de esta modalidad particular que adquirió la lucha por la independencia en el Alto Perú. Sin embargo, lo anterior no fue en desmedro de su efectividad, simbólica y real. Ya que esas fuerzas irregulares lograron mantener viva la llama revolucionaria, al tiempo que poner a raya y desgastar a los ejércitos realistas, acostumbrados a una técnica de combate distinta y por lo tanto, poco preparados para las tácticas propias de la guerra de guerrillas.

 

El grupo que Juana condujo actuaba por sorpresa: retrocedía cuando el enemigo atacaba y cuando éste huía, arremetía para dar combate. “Al avanzar ella al galope, todo el grupo la seguía decidido.” Peleaban a su lado “Los Leales” y un cuerpo de caballería conocido como “Las Amazonas”, su guardia personal, conformada por unas veinticinco mujeres guerreras que había entrenado especialmente.

 

Este fue el escenario ideal para el despliegue de la destreza, de la valentía y el coraje de los caudillos de renombre, como Juana, Manuel y tantos otros, y de aquellos combatientes poco conocidos o anónimos que pelearon a sus órdenes. Tal fue el caso, por ejemplo, de Juan Wallparrimachi, un guerrero de la Republiqueta de la Laguna. Juan era un joven mestizo, cuyo linaje se debate entre la leyenda y la incógnita. Wallparrimachi muy pronto mostró en el campo de batalla sus habilidades con la honda, así como su audacia. En virtud de esto, Manuel lo convirtió en su lugarteniente y en escolta personal de su esposa.La proximidad que estableció con la familia Padilla llevó a que estuviese también del cuidado de los hijos de la  pareja, quienes, como podían, con hambre, con frío y en permanente peligro, seguían la ajetreada marcha de sus padres durante los combates y la posterior fuga

Wallparrimachi, además de lo anterior, fue un gran poeta y músico. Escribía dulces versos en quechua y tocaba la tarka, la ocarina y el siku, todos ellos instrumentos típicos de la milenaria cultura andina.

 

Según algunos autores, la mayoría de sus composiciones literarias y musicales estaban dedicadas a quien, además de brindarle su amistad, cuidado y protección, amaba en secreto: Juana.

 

Munarikuyway / Ámame

Qanllapin súnqoy, / Sólo en ti está mi corazón

Qantan rikuyki / Y cuando sueño

Mosqoyniypipas. / No veo a nadie sino a ti.

Qanpin yyani, / Sólo en ti pienso

Qantan mask’ayki / Y a ti también te busco

Rijch’ ayniypipas. / Si estoy despierto.(…)

Munakyllaway, / Ven, y ámame,

Irpa urpilla, / Tierna paloma,

Mana manchaspa. / No temas nada.

Ñuqa qanrayku / Pese al destino

Wáñuy yachásaj / Yo te amaré

Qanta munaspa. / Hasta la muerte.

 

La cuestión de si el amor de Juan fue correspondido, queda en el plano de las conjeturas y de las hipótesis; sobre lo que no se puede dudar, es la confianza y el afecto que la coronela cultivó por él. En verdad, Juana amó profunda e incondicionalmente a su marido. Y él a ella. Podían unir sus fuerzas o luchar de forma separada, pero estaban siempre juntos, conociendo los movimientos de cada uno y ofreciendo refuerzos el uno al otro en caso de acontecer alguna vicisitud. “…Ambos conformaron una unidad de ideas y acción como si fueran un solo combatiente, algo inseparable.”

En este contexto bélico, la vida de Juana, como esposa y como madre, no fue fácil, debiendo padecer innumerables dificultades, realizar sacrificios indescriptibles… Y soportar también la tragedia.


En marzo de 1814, la Republiqueta de la Laguna venció a los realistas en la Batalla de Tarvita. Poco después, el ejército godo contuvo el avance patriota en la Batalla de Pomabamba. A raíz de estos episodios, el general realista Joaquín de la Pezuela, intensificó la persecución contra la pareja de caudillos.

Las tropas revolucionarias se vieron obligadas a dividirse. Manuel y Juan Wallparrimachi se dirigieron hacia La Laguna y Juana y sus cuatro hijos se escondieron en una zona pantanosa, ubicada en el Valle de Segura. En los pantanos, los pequeños, debilitados por las penurias que desde hacía un largo tiempo venían sufriendo, enfermaron de fiebre palúdica y disentería. Manuel y Mariano, los dos hijos varones de la pareja, murieron primero. Más tarde lo hicieron sus dos hijas mujeres, Juliana y Mercedes. En la cabeza de la dolida pero siempre aguerrida madre quizás haya resonado, una, mil veces, este pensamiento:


“¡Maldita guerra que me los arrebató!
Quizás hubieran crecido felices a mi lado
si no me hubiese metido en esta lucha por la libertad.
Pero también me pregunto: ¿Vale la pena vivir en el oprobio de la esclavitud?
¿Vale la pena vivir sin libertad?”