Días después, el 8 de marzo, gracias al triunfo en el Villar, Azurduy lideró la tropa que tomó el Cerro Rico de Potosí. El general Belgrano tomó conocimiento de estos episodios por intermedio de un informe librado por Manuel Padilla, junto al cual remitió el diseño de la insignia capturada por su esposa. La valentía de esta mujer no dejaba de asombrar al general Belgrano, quien en su homenaje le dedicó estos versos:
Desde hoy
seréis ya bandera
Por mejor mano creada,
Seréis en toda frontera
¡Tiemble el Tirano! La Hera
Abata su pompa vana,
Y para gloria de
Juana
De Azurduy, diga que de él
A pesar de ser cruel,
Triunfó una
americana.
Asimismo, el 26 de julio de 1816, el general Belgrano escribió una carta a Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En ella, le presentaba el diseño de la bandera que Juana había arrebatado a los realistas, señalando que “en la acción a la que se refiere el comandante don Manuel Ascencio Padilla, quien no da esta gloria a la predicha su esposa por moderación, pero por otros conductos fidedignos que consta que ella misma arrancó de manos del abanderado, ese signo de tiranía, a esfuerzo de su valor y de sus conocimientos en milicia poco comunes a las personas de su sexo.”
Por tal actuación, el general recomendaba a la guerrillera, “que continúa en sus trabajos marciales del modo más enérgico, y a quien acompañan algunas otras más en las mismas penalidades”, para que fuera condecorada con una orden de mérito.
El 13 de agosto, Antonio Berruti respondió a Belgrano, comunicándole la resolución del Director del Estado:
“…Debido al
varonil esfuerzo y bizarría de la
Amazona Doña Juana Azurduy. El Gobierno, en
justa recompensa de los heroicos
sacrificios con que esta
virtuosa
americana se presta a las
rudas fatigas de la guerra
en
obsequio de la libertad de la Patria,
ha tenido a bien decorarla
con el
despacho de Teniente
Coronel que acompaño,
para que pasándolo a
manos
de la interesada, le
signifique la gratitud y
consideración que han merecido al
gobierno sus servicios,
igualmente que a los demás
compatriotas que la acompañan.” |
En la misma
fecha, Belgrano distinguió también a Manuel Padilla: “Incluyo a
Ud. el despacho de Coronel de Milicias Nacionales a que le
considero acreedor por los loables servicios que se me ha
instituido está ejerciendo en esos destinos de libertarlos del
yugo español lo que ya ha jurado nuestro Soberano
Congreso, resuelto a sostenerlo con cuantos arbitrios quepan en
los altos alcances de su elevada austeridad (…) Poniéndose Ud. y
toda su gente bajo la augusta protección de mi generala que lo
será también de Ud., Nuestra Señora de la Mercedes, no
tema Ud. riesgos en los lances acordados con
prudencia…”
Sin embargo, este despacho y la recomendación eran hechos por el general al
caudillo sin conocer los tristes acontecimientos del mes anterior. En septiembre
de 1816, la guerrilla de Padilla vio la derrota parcial en la Batalla de La
Laguna. Las columnas patriotas se dispersaron. El jefe acordó como punto de
reunión la
localidad del Villar.
Allí, lo estaba esperando Juana con un puñado de combatientes. Al día siguiente,
en ese lugar, fueron alcanzados por una fracción realista. La Batalla del Villar
se trató de un enfrentamiento salvaje y de una persecución encarnizada. Después
de la brutal pelea, los monárquicos tomaron la trinchera. Juana -herida por dos
proyectiles-, Manuel, una amazona y el padre franciscano Fray Mariano Suárez
Polanco emprendieron la fuga. El coronel Francisco J. Aguilera y algunos de sus
oficiales, iban tras ellos. La guerrillera, en la retaguardia, estaba próxima a
ser tomada cautiva. Su esposo retrocedió y se interpuso, matando a los oficiales
que la amenazaban. Gracias a su intervención, Juana pudo ganar terreno y
salvarse, pero el caudillo fue alcanzado por una bala que descargó Aguilera.
Manuel murió en el acto. Cayó desplomado de su caballo. El coronel realista se
abalanzó sobre su cuerpo. Pidió la absolución al cura presente, tomó su sable y
lo degolló. Lo mismo hizo
con la
mujer que acompañaba a su esposa, creyendo erróneamente que era ella.
“Los muertos del campo de batalla en las dosjornadas no pasaron de 60, pero los exterminados en la persecución y en las matanzas subsiguientes, alcanzaron a 700 (…) Los españoles mandaron batir medallas en conmemoración de estas jornadas.”
Una vez más, Juana, la tragedia y la muerte; esta vez, la de su
querido esposo. Una vez más, Juana no se rindió, continuó luchando.
La cabeza de Padilla juntamente con la de la amazona, fueron
exhibidas en unas piquetas en la plaza del pueblo de La Laguna, para
escarmiento y temor de los insurrectos; al pie de ellos, el
sanguinario coronel hizo matar a setenta y siete prisioneros a
palos, pedradas y bayonetazos. Cuatro meses después de la muerte de
Manuel, la guerrillera reunió a un grupo compuesto por algunos de
sus “Leales” y “Amazonas” y otros indígenas que se les sumaron en el
trayecto a La Laguna. Era la hora de la venganza. Llegados al pueblo, la iracunda Juana comenzó a disparar a mansalva, masacrando a todo realista que se le interpuso en el camino entre ella y los restos de Manuel, a los que pretendía rescatar. De este modo, robó la cabeza de su amado, convertida ya en puro hueso. |
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Finalmente,
la llevó a la iglesia para que se le rindieran los merecidos honores fúnebres.
Ahora, Manuel descansaba en paz.
“El pueblo de la Laguna, donde la cabeza de Padilla fue puesta por escarnio
en una pica, lleva hoy su nombre ilustrado por sus hazañas y su martirio…”
Con este episodio, concluía una épica historia de amor, pero continuaba la
historia de una lucha. Según algunas versiones, Juana no usó nunca más su
chaqueta roja, sino que comenzó a vestir de negro, en parte para no ser
reconocida, en parte como signo de su duelo.