Franz Flores Castro
Hace cien años la ciudad de Sucre atravesaba la peor crisis de su historia: sus
principales flujos económicos y comerciales habían sido rotos; su elite
económica, otrora asentada en torno a los llamados" barones de la plata” fue
sustituida por los no menos poderosos e influyentes mineros del estaño y,
gobernaba Bolivia, el liberal,Ismael Montes, líder del Partido que se había
enfrentado a los sucrenses en la Guerra Federal.
La conmemoración del centenario del 25 de mayo de 1809, no lucía muy
prometedora, literalmente lo vientos soplaban en contra. Sin embargo se festejó
y se homenajeó con dignidad y grandeza. La elite sucrense, con una lúcida visión
encontró en los festejos del centenario la posibilidad de insuflar fe y
esperanza a un pueblo que, a nueve años de la guerra federal, probablemente se
sentía derrotado. Sabía que los hechos históricos y sus narraciones son letra
muerta si no sirven para crear futuro o para inventarse uno. El 25 de mayo se
ofrecía como una magnífica ocasión para recordar un glorioso pasado donde los
sucrenses puedan reconocerse e identificarse. Así se hizo.
Se arbolaron parques, se refaccionaron obeliscos; se descubrieron las estatuas
de Sucre y Monteagudo; se ejecutaron varios desfiles; se desarrollaron reuniones
y encuentros; se presentaron exposiciones, certámenes literarios y musicales; se
hicieron fiestas, bailes y partidos de fútbol y, en homenaje al 25 de mayo, se
entregó la primera Normal de maestros, todo, en presencia del Presidente Ismael
Montes, de su heredero político Guachalla y de José Manuel Pando, a quienes los
imaginamos sorprendidos por tantas muestras de civismo y organización.
Llama la atención de estos festejos dos cosas: la adhesión de los estratos
populares y, la ausencia, o mejor, prescindencia del Estado. Si bien Sucre en
1909 es una sociedad estamentaria, donde se mantienen las odiosas diferencias
entre castas, que hacen que los indios y mestizos no participen de las
definiciones políticas, los festejos del centenario antes de separarlos los
incluye, antes de impedir su participación los invita.
De este modo, los festejos se hacen verdaderamente numerosos y apoteósicos,
dignos de un hecho histórico como el 25 de mayo de 1809 que, dicho sea de paso,
hubiera sido imposible sin la participación de la llamada plebe. Así, junto a la
elite, junto a los Arce, Abecia, Argandoña, Paravicini, Lambertin y Sainz,
participan los albañiles, hojalateros, músicos, guitarreros, aurigas , matarifes,
cigarreros, sastres; sociedad de socorros mutuos, escuelas fiscales,
particulares, municipales y orfanatorios, en un homenaje a la ciudad muy pocas
veces visto. Por otro lado, sin lágrimas y sin rencores, toda esta organización
responde al interés y determinación de un grupo de personas que prescinden casi
en todo de la colaboración del Estado.
Llevan a cabo la conmemoración del Centenario con los aportes de su propio
dinero y de la población que, entusiasta, se adhiere a los festejos. Prueba de
ello son los monumentos de Sucre y Monteagudo cuya comisión, a la cabeza de
Urriolagoitia y Sainz, trabajó desde 1907 con este
propósito. Ni qué decir de otras, como la refacción de la Basílica
Metropolitana, donde se gastó más de 100.000 bolivianos, mitad de los cuales
corresponde a los donativos de la feligresía sucrense.
Las comparaciones, en este caso, son inútiles. Nadie, razonablemente puede
pensar que el mayo de 1909, fue igual o peor que el de 2009: son otras las
situaciones y otros los contextos. Sin embargo, si algo distingue a los hombres
y mujeres que organizaron los festejos del centenario en 1909 es que ellos
conocían de historia y tenían un concepto nada frívolo de su responsabilidad.