Por Sergio P. Luís
Profesional independiente.

Hay dos clases de furiosos: los que se extravían por sus fracasos y se revuelven en la frustración, y los hambrientos de poder. Los primeros insultan y calumnian. Los otros enloquecen a la sola idea de perder algo de su pretendida omnipotencia.

Hay, también, otras subclases: los que, ante la adversidad, se odian a si mismo, y se vuelcan a agredir a todos. Entre estos, también están los odiadores que arremeten contra los que no se humillaron y se defendieron de la prepotencia del poder mal detentado.

A la ciudad de Sucre la odian los de esa nueva especie; son los populistas y plurinacionales, que la detestan porque los chuquisaqueños la defendieron, porque la protegieron a costa de su sangre, porque le dijeron no a las huestes comandadas por los poderosos, y las derrotaron con las manos desnudas.

El motivo del odio: exigir la reparación histórica; que se respete la ciudad, la de los cuatro nombres y de la dignidad que, enhiesta, exige que se la reconozca como cuna de la libertad y esencia de la nacionalidad.

Sucre no necesita cobijar parlamentos, cortes o presidentes. Sucre es más que una capital; es la sede de la dignidad, de la verdad y del coraje. Es Bolivia en síntesis. Por eso, no le llega la cobardía de los canallas enajenados de odio y que, ahora, acomodados en escritorios y curules, o en el trono de la prepotencia oficial, la ofenden, vendiendo sus conciencias y blandiendo su resentimiento, su maldad y su índole perversa e injusta.

Sucre es libre porque desde el 25 de mayo de 1809, sus hijos decidieron ser libres, pese a cualquier vicisitud o incomprensión,  pese a odios malsanos que rugen en las alturas del poder.

¡Sucre, es símbolo de la Patria! ¡Es orgullo de una Nación!

¡Salud, capital del coraje y de la nobleza!